El pie es una estructura compleja y cumple una función de soporte, además de estar directamente implicado en la marcha. Por ello, cuando se necesita una operación del pie, el paciente se llena de dudas sobre cómo va a ser el procedimiento, cuánto tiempo va a durar el postoperatorio y qué limitaciones puede tener hasta su recuperación.
Muchas de las cirugías del pie buscan corregir deformaciones adquiridas que pueden darse de manera aislada o coexistir varias a la vez. Estamos ante un grupo de operaciones frecuentes, sobre todo en una población con larga esperanza de vida, mal criterio a la hora de elegir calzado y con tendencia al sobrepeso.
Por ese motivo, la cirugía del pie se ha ido refinando hasta ofrecer soluciones a las malformaciones más habituales con una cirugía mínimamente invasiva que disminuye el dolor del postoperatorio y acorta el tiempo del mismo.
Llamamos cirugía del pie a la que se realiza en esta zona y es llevada a cabo o supervisada por especialistas en traumatología o podología.
No se entienden como cirugía del pie aquellas en las que se debe eliminar tejido tumoral o realizar una cirugía vascular en esta zona. Tampoco las operaciones de reconstrucción tras accidentes o amputaciones parciales en casos de gangrena.
Se entiende como cirugía del pie aquella que busca restaurar los problemas derivados de la morfología o el funcionamiento incorrecto del pie. Son procesos quirúrgicos donde se va directamente a solucionar un problema relacionado, casi siempre, con uno o varios huesos, y su incorrecta alineación.
El tiempo y la evolución tecnológica ha ido evolucionando el tipo de cirugía del pie para ser cada vez menos agresiva. Hablamos de cirugía mínimamente invasiva, que apenas deja cicatrices y permite una recuperación razonablemente rápida.
Este tipo de cirugía consiste en la reparación de huesos y tejidos blandos, en este caso del pie, a través de una incisión milimétrica en la piel. Se suele emplear para corregir problemas como los siguientes:
Las operaciones de pie pueden buscar corregir una lesión, como una fractura en un metatarso, o una deformidad. Se pueden clasificar atendiendo a la localización de la lesión (en los dedos, los metatarsos, los calcáneos…) o al instrumental utilizado (cirugía percutánea y artroscopia, con la ayuda de microcámaras o cirugía abierta).
Las cirugías de pie más habituales son las siguientes:
Un juanete es una deformación que afecta a la zona de unión del dedo gordo del pie con el quinto metatarsiano. Suele estar causada por motivos genéticos y por el mal uso del calzado y, a medida que avanza, se vuelve dolorosa.
En muchos casos, basta una mínima incisión para limar lo suficiente la deformidad ósea y aliviar el dolor al paciente, incluso parte de la malformación.
En personas de edad avanzada, la resolución de este problema puede repercutir en una mejora de la marcha.
Ambas cirugías buscan devolver a uno o más dedos del pie su forma y arco natural, a veces alterados por un desequilibrio muscular entre el músculo flexor y el músculo extensor y otras debido al abuso de tacones muy elevados.
También es una deformación que tiende a acentuarse con los años, a pesar de que el paciente empiece a utilizar un calzado más indicado.
El espolón calcáneo es un recrecimiento del hueso en la zona de apoyo de la parte inferior del talón que se va produciendo durante años. Se asocia con un sobreuso, es decir, es más frecuente en personas que acostumbran a dar largas caminatas que en pacientes con vida sedentaria. Sin embargo, no está del todo claro su origen.
Lo que sí se sabe es que, a medida que avanza, el espolón calcáneo se hace más doloroso, y lo que antes se controlaba con unas plantillas especiales pasa a necesitar retirar ese exceso de tejido óseo, pequeño pero molesto.
Es una de las cirugías de pie más sencillas.
El neuroma de Morton se encuentra detrás de muchas metatarsalgias. Consiste en la inflamación permanente de un nervio que pasa por la zona de la planta del pie donde se apoyan los dedos: el nervio interdigital situado entre el 3º y 4º dedo.
Esta zona puede presentar dolores debidos a la presión de callosidades profundas, cuyo tratamiento corresponde al podólogo y casi siempre lo puede llevar a cabo en su consulta. Sin embargo, cuando el nervio citado se inflama, se hace necesaria una cirugía de descompresión o para realizar la neurolisis del nervio afectado. Así, el paciente deja de sentir ese dolor que llega incluso a impedirle caminar.
Por lo general, el paciente vuelve a casa el mismo día de la operación, llevando en el pie operado un vendaje y un zapato especial. Para el dolor se le prescribirá analgesia, con antibioterapia profiláctica frente a infecciones bacterianas.
El vendaje debe mantenerse limpio y seco, y el paciente caminará con precaución durante las primeras 4 semanas, procurando, en los periodos de descanso, estar recostado con la pierna más elevada que el corazón, para ayudar a controlar el edema derivado de la cirugía.
Salvo que el cirujano indique lo contrario, desde el día siguiente a la operación, el paciente irá realizando una serie de ejercicios encaminados a lograr su rehabilitación.
Al mes, el paciente ya debería poder caminar de manera normal, dejando la práctica de deportes para cuando hayan transcurrido 2 meses, si todo va bien.
Por supuesto, hay casos en los que la recuperación es más rápida.
A las 4 semanas, se realiza un control radiológico para ver cómo evoluciona el pie. En caso de dolor muy fuerte, fiebre, infección de los puntos o cualquier problema no previsto, se solicitará una consulta urgente con el cirujano.